En octubre del año pasado fue
aprobada en el Congreso de los Diputados por unanimidad (milagro político) una
proposición no de ley por la cual se reforzaba la presencia de la asignatura de
Filosofía en la enseñanza secundaria. En concreto, la proposición que aprobaron
por consenso (nuevo milagro) todos los grupos políticos que formaban parte de
la Comisión de Educación y Formación Profesional solicitaba que Filosofía e
Historia de la Filosofía se convirtieran en materias comunes y obligatorias en el
Bachillerato y que la asignatura de Ética (todas ellas eliminadas parcialmente
en la actual LOMCE) se incorporase como asignatura común y obligatoria en 4º de
la ESO. El objetivo consistía en incluir un ciclo formativo en Filosofía
secuenciado de forma coherente y cronológica durante los últimos tres cursos de
la Secundaria, de forma análoga a lo que sucede en otras materias.
Lamentablemente, en el anteproyecto de
reforma de la LOMCE que el Ministerio de Educación ha hecho público
recientemente, desaparece la Ética como asignatura común y obligatoria en 4º de
la ESO incumpliendo el pacto educativo previo y el acuerdo político que había
decidido incorporar dicho ciclo educativo de Filosofía y homologando
(asimétricamente, eso sí) a la Filosofía con el resto de las materias comunes y
obligatorias. Y obviando, como si fuera un asunto menor, la presión y el
consenso social que reconocía la necesidad de elevar el status académico de
dicha disciplina.
Una vez más, un gobierno vuelve a
instrumentalizar la Filosofía por su carga moral e interpretativa y, lo que es
peor, tal vez porque en el fondo realmente no le preocupe la formación integral
de los futuros ciudadanos. Porque recuperar la Ética como asignatura
obligatoria en 4º de ESO, más que algo aceptable, debiera ser una prioridad en
una sociedad sumergida hasta las cejas en la corrupción.
Decía John Stuart Mill (un filósofo del
siglo XIX nada transgresor, por cierto) que el objetivo prioritario de todo
sistema educativo democrático debiera ser el de construir una ciudadanía con
capacidad crítica y autónoma. Y que era el Estado el responsable máximo
ofreciendo los recursos necesarios e imprescindibles para que la ciudadanía
pudiera alcanzar un nivel, al menos suficiente, de formación moral y crítica
que le facilitara la vida en una sociedad plural y libre.
En el siglo XXI, ese requerimiento de
Mill se torna en exigencia. Y esto es debido a que resulta cuanto menos
deficiente pensar que el alumnado carezca de recursos para analizar
críticamente la dimensión del ser humano, el problema de la libertad, las
diferencias entre moral-legalidad-política, la relevancia de la ética pública y
la integridad personal, los desafíos que presentan la sociedad de la
información en la era digital, los avances tecnológicos o la gestión
responsable de la identidad virtual y de la interacción social, por ejemplo.
La formación en valores cívicos y
constitucionales es necesaria y la “ciudadanización” de la Ética o la Filosofía
(versión LOE de Zapatero) no debe entrar en colisión con la implementación de
la Ética como disciplina fundamental de la cultura occidental. Se puede aceptar
a regañadientes que la Ética se convierta, en el mejor de los casos, en un apéndice
curricular insignificante de una hora semanal en un único curso de la ESO. Lo
inaceptable es su supresión total. Un gobierno que lleva a cabo semejante
dislate, además de romper un consenso unánime, demuestra ser un gobierno
irresponsable.
(Artículo publicado en "El Progreso" -Lugo- el 16 de Febrero de 2019 en la columna de opinión "O voo da curuxa" -Grupo Doxa de Filosofía de Lugo-).
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