viernes, 27 de diciembre de 2013

JUSTICIA Y DERECHOS HUMANOS


En la clausura del Foro Mundial Social celebrado en Porto Alegre en el 2002, José Saramago leyó un breve relato sobre un campesino florentino del siglo XVI que había sufrido un atropello por parte de un rico señor del lugar quien, sin escrúpulo alguno, le había expoliado su pobre parcela mediante el procedimiento –nada desconocido en Galicia, por cierto- consistente en ir poco a poco cambiando de sitio los mojones de las lindes de sus tierras, metiéndolos en la pequeña parcela del campesino con el fin de reducir al máximo su extensión. Ante semejante situación el campesino protestó, reclamó, imploró compasión y se quejó amargamente ante las autoridades del lugar sin obtener resultado alguno. La expoliación de su tierra continuó. Desesperado e indignado ante semejante atropello, el campesino decidió anunciar la muerte de la justicia haciendo sonar a difunto las campanas de la iglesia tal vez, decía Saramago, con la finalidad de que su gesto de exaltada indignación lograría conmover y hacer despertar al mundo adormecido acerca del peligro que suponía la muerte de la justicia. Pero el sonido melancólico de aquella campana de bronce no consiguió introducirse en los gélidos corazones del rico señor del lugar, de las autoridades judiciales ni en los pétreos corazones de los lugareños.
        El relato del campesino florentino fue utilizado por el escritor portugués con el fin de llevar a cabo una descripción descarnada de la situación del mundo, ofreciendo su visión personal sobre el papel de los derechos humanos, la participación ciudadana en los sistemas democráticos, y para denunciar el estado de injusticia global e indefensión en el que se encontraba el ser humano en sociedades democráticas claramente decadentes y dominadas por el poder económico y financiero mundial.
        El 10 de diciembre acaba de celebrarse el Día Internacional de los Derechos Humanos. Adoptada y firmada en 1948, la Declaración Universal de los Derechos Humanos tenía como objetivo el reconocimiento y la expansión de la protección de una amplia gama de derechos y libertades humanas básicas que todos los Estados debían reconocer y recoger explícitamente en sus respectivas Constituciones. Se trataba, pues, de un “ideal común” de todos los pueblos y todas las naciones.
No obstante parece una obviedad decir que ni la citada Declaración ni su “traducción normativa” a través de la Constitución Española pueden considerarse vigentes. El gobierno español ha sido amonestado en los últimos tiempos por el Comité de Derechos Humanos, por el Comité de Tortura y por el Comité contra la Desaparición Forzada al considerar prescritos los crímenes cometidos durante el franquismo y al negar cualquier posibilidad de investigación sobre las violaciones de los derechos humanos llevadas a cabo durante la transición política. También ha sido advertido por los custodios de los derechos humanos (léase aquí Amnistía Internacional) al adoptar medidas económicas alejadas de los principios éticos y de las necesidades más primarias de las personas más desprotegidas.
El ideal de una sociedad libre y democrática en la que todas las personas vivan unidas, en armonía y disfrutando de las mismas oportunidades, derechos y libertades, parece desvanecerse a medida que transcurre el tiempo. Y aquellos derechos considerados siempre como el “coto vedado” (Garzón Valdés) o el “territorio inviolable” (Norberto Bobbio), es decir, aquellos derechos absolutamente inviolables e inalienables, están siendo, hoy en día, mancillados y ultrajados de un modo absolutamente pavoroso, muchas veces en beneficio de intereses de determinadas élites económicas y financieras.

“No hay derecho”, decía el campesino florentino. “La justicia ha muerto”, argumentaba cuando los vecinos de la aldea le preguntaban la razón por la que hacía sonar la campana a muerto. Cuatro siglos después, el melancólico y amargo episodio del campesino florentino debiera servir para replantear la esencia de la democracia moderna y sus defectos, la necesidad imperiosa de considerar los derechos humanos como el mayor avance que la humanidad ha llevado a cabo a lo largo de su historia y, por fin, llevar a cabo un serio debate sobre las actuales estrategias de dominio sobre la ciudadanía que, poco a poco, se están institucionalizando.

Artículo publicado en "El Progreso" el 14 de diciembre de 2013. (Traducido al castellano por el propio autor)

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